viernes, 9 de octubre de 2009

Arce Japonés


“Arce Japonés”

En algún lugar de un gran país…

Domingo 6:46 am
La mañana no era particularmente calurosa pero podía sentir el sudor helado resbalar por mi pronunciada frente que hacía años se abría espacio por mi cabeza. Ahora con el sol saliente, pensaba en la gorra que el día anterior me había regalado mi madre, en mi treintaisieteavo 37 cumpleaños. Treinta y siete años bien vividos, y los que me faltarían por vivir, pensé. Solo una situación como esta me hacía reconocer mi suerte. Pasando por el callejón de San Martín, se encuentra una pequeña plaza arbolada con abedules, y en un rincón un hermoso arce japonés; en medio una modesta fuente de cantera y talavera al fondo. Me senté en la fuente para recuperar el aliento y beber un poco de agua sin pensar en las monedas llenas de deseos que se encontraban esparcidas por la base azul. Sobre el agua clara y las monedas brillantes se podía distinguir mi reflejo, pero no lo reconocí, ese no era yo. El día anterior llegaba a mí como recuerdos borrosos y ondulantes, con un amargo sabor de boca y desesperación.

Sábado 11:00 pm
La ciudad ardía de vida, las luces de las farolas anunciaban una larga noche y los letreros de dos por uno 2x1 tentaban el buen gusto. Había decidido salir después de un largo momento de reflexión. -Te lo mereces, me decía a mí mismo. La mañana había sido una pesadilla en el apartamento. Esteban no había llegado a dormir. Decidí parar lo que parecía una interminable pelea y salí al trabajo. En mi escritorio me esperaban dos paquetes de antecedentes e historia familiar. -Te lo mereces, me decía a mí mismo. Los problemas con Esteban no se habían solucionado así que decidí salir solo y explorar. Mientras caminaba por la zona nocturna me encontré con restaurantes, bares, discotecas y dos karaokes de variedad. Normalmente me hubiera inclinado por un bar o restaurante pero esta vez iba solo. Me incorpore a la que parecía la mejor discoteca. Al entrar el ruido ensordecedor no se hizo esperar, alguna canción pop que luego desaparecería en la memoria impregnaba el lugar de una onda romántica con destellos de despecho. Me dirigí furtivamente hacia la barra, donde un cantinero al estilo Coyote Ugly me ofrecía su mejor sonrisa y un trago de bienvenida. Lo bebí con avidez pues no quería parecer débil frente a semejante semental. Él se esfumo enseguida. Decidí mirar por un instante el ambiente que se reunía en aquel lugar, las luces, la música, las drogas, los cuerpos. Hacía ya mucho tiempo que no iba a un lugar parecido. Con la edad y el aumento de responsabilidades me parecía imposible; reí al recordar mi añorada juventud. Después de una larga retrospectiva y tres bebidas más decidí reincorporarme y regresar hacia el departamento. Mientras pagaba la cuenta con aquel cantinero voltee por última vez hacia la pista de baile. Dentro de la zona más cercana de mesas pude ver a Esteban. Pensé que él no se había percatado de mi presencia pues rozaba sus manos sobre los brazos de algún boytoy. El cantinero me entrego el cambio pero no lo tome. No pude tomarlo. Una sensación conocida se apoderaba de mí. Era como si mi alma se desgarrara un poco más. Pensaba en ella como una camiseta vieja y raída que apenas puede mantenerse junta. Camine en medio de un trance que no me permitía pensar, solo sentir. La proximidad advirtió a Esteban de mi presencia. De inmediato se apartó, tomando por el brazo a su nueva adquisición. Quería llorar y rogarle que las cosas volvieran al lugar donde alguna vez habíamos compartido felices pero como cinematógrafo mi mente se halló con imágenes atroces y bajos instintos. Salí de aquel lugar en busca del raptor de mi corazón y su premio. Caminé dos cuadras hasta hallarlos sentados en una banca exterior del teatro municipal. – ¡Rodrigo! – me grito Esteban. – ¡Todo terminó! ¡Entiendes! – Mi espíritu estaba destrozado. Miré mi reloj: 2:13 am. Ambos ya caminaban hacia la escalera del subterráneo. De pronto una fuerza sobrenatural me acogió. Sin pensarlo corrí hacia ellos y con ambos brazos extendidos le di fin a su historia de amor. Cayeron alrededor de unos veintidós escalones. La caída fue fatal.
Mi corazón latía con fuerza mientras me agarraba del barandal. Volvía a caer en un trance hasta que un grito me despertó. Una pareja acababa de salir del vagón para encontrarse con aquella escena que había protagonizado. Corrí hacia los callejones.

Domingo 6:30 am
Desperté por el ruido de los camiones. Me había quedado dormido al lado de unos botes de basura en la parte trasera de un restaurante de comida china. Todo lo sucedido volvía a mí en interminables flashbacks que hacían mi estómago estremecer. Oí las sirenas de una patrulla acercarse y decidí caminar hacia un lugar más abierto donde pudiera tomar un taxi. Esperando en la acera por aquel vehículo multicolor lo que parecía un ayudante de cocina me apunto con el dedo y grito. Asustado corrí por las calles alternas de la zona nocturna, entre callejones y plazas. Llegue al callejón San Martín y seguí hasta la pequeña plaza a la que da entrada. Me senté sobre la fuente y volví a recordar. Ahora todo estaba terminado, tendría que pagar por mis crímenes y mi hora se acercaba con cada gota sobre la cantera y la talavera. Oí una vez más la sirena de las patrullas que se acercaban a mí. De pronto 4 policías armados se acercaron corriendo desenfundando sus armas al mismo tiempo que me gritaban órdenes. Me sentí abrumado. Me tiraron al suelo y me esposaron.
De camino a la patrulla mi mente se puso en blanco, tenía que afrontar el destino que me había creado. Agacharon mi cabeza y entre. En el camino pensé en mi madre, tendría que llamarla. Pensé en aquel arce rojo tan hermoso, que no vería más.



JALC

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